¿Qué especie de ser vivo es la fe? ¿Cómo se mantiene en pie su estructura? ¿De qué están hechos sus huesos para sujetar unos músculos imposibles?
La fe esquiva los golpes durante un tiempo, sigue en pie, sigue caminando, pero también la fe, que es un ángel y un camino, que es la amalgama de lo bello y lo imposible, también la fe termina siendo apaleada, escupida, atenazada y condenada al suelo.
Y el milagro de este ser vivo que es la fe se apaga deja en los ojos una pequeña marca:
la ceniza dolorosa de lo que fue, la herida de un futuro sin esperanza.
II
Quedará la pena, quedará la plenitud de lo perdido, las venas que fueron un cauce de futuros ahora son un atasco, un metal pesado, un silencio incómodo.
Quedará la pena, los arañazos de la fe sobre el mundo serán olvidados, todo sucederá a ras de suelo y habrá un nuevo continente hecho con escombros de luz, se llamará «Lo perdido».
La televisión en negro. Pienso en ese negro, la oscuridad rectangular y profundísima y cómo el tiempo es una parcela dividida en usos horarios, parrilla televisiva.
Hace años que no veo la televisión diariamente. Ese orden repetido se perdió, primero, en multitud de voces de la TDT y, después, quedamos a la deriva de internet y su «hágase usted mismo su tiempo», ¿entiendes?
Porque ahora cada uno elegimos nuestra parrilla de consumo multimedia pero antes, el abanico limitado de canales unificaba las charlas, los tiempos muertos: «¿Quién crees que ganará, Freezer o Goku?«, »Kimi y Valle como que son lo mejor, ¿no?»
Echo de menos la sujeción televisiva como quien va de primeras en escalada. El vértigo me guía, pero en la altura ando solo. Este camino que empiezo cada mañana en internet es mío y nadie lo repite y en la libertad (limitada, obvio, no seamos tan naif) no hay manada, estamos solos.
Y si en internet aparece esta soledad, el páramo de las elecciones únicas, no te digo ya nada con la poesía. La combinación imposible de lecturas, sensaciones, emociones que provoca este género minoritario hace que las conversaciones sobre tal o cual poeta, tal o cual tendencia, tal o cual poema, reboten en las paredes del cráneo y no huyan. Que sean soliloquio o no diálogo.
No sé vosotros, pero cuando creces en un pueblo (menos gente, menos posibilidad de aficiones similares), el camino viene marcado. Si quieres mantenerte a flote, participar, «ser parte de», debes armarte un armazón de cotidianeidad, véase: fútbol, política, y, quizá, televisión como lugar común para participar con los demás.
Lo único que necesita un ser humano para ser poeta es:
tiempo
un cepillo
un recogedor
y que las palabras se posen en el suelo del cerebro,
que descansen, sin viento, sus alas de significado.
* hablas y ordenas lo líquido, tu lengua baila una coreografía en el teatro de tu boca, y alguien, desde un patio de butacas con forma de cerebro, recibe el escalofrío de entender.
* La piedra del significante, la lluvia del significado, y el poema será el cocodrilo que nace en el charco.
* frotas unas letras con otras y sucede el fuego juego, pero, aún más importante, desaparece el frío. * El lenguaje es un animal que no tolera ninguna silla de montar
* Escribir poesía como quien cose lo dulce, como quien apaga el daño, como quien cierra un sobre con la lengua.
Hace más o menos un mes mi pareja y yo terminamos de leer el libro Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado (https://twitter.com/BibianaCollado) y, como hace tiempo que colaboro con el portal cultural Killedbytrend, pues escribí una reseña, que podéis leer aquí:
Bueno, pues el caso es que ayer la autora valenciana presentó el libro en Traficantes de sueños y, como no era una presentación de un libro de poesía sino una presentación de una novela (que muchos ya habíamos leído) se montó una charla muy interesante con Carolina León (https://twitter.com/carolinkfingers) preguntando y moderando y algunas personas del público preguntando. Lorena Mora (https://twitter.com/EnraizarteP), que es mi pareja y una gran y afilada pensadora, escritora y ser creativo, hizo algunas preguntas muy interesantes sobre el libro y, volviendo a casa, seguimos debatiendo el tema.
Como entiendo que no habéis leído el libro (os lo recomiendo, obviamente), os copio por aquí una sinopsis breve para poneos a tono:
Una madre, con los dedos rígidos de triar naranjas en un almacén y limpiar pisos de vacaciones de otros. Una hija, también con los dedos rígidos, pero de teclear papers, tesis y mil trabajos académicos. Y algo que no encaja. La sensación de que debería estar pasando algo que nunca llega a pasar. Este libro nos presenta un rosario de mujeres extenuadas. La falsa promesa del trabajo duro se hace añicos entre estas páginas mientras suenan Camela o Estopa.
Yeguas exhaustas es la historia de una hija que tiene una relación de pareja dañina, que piensa en las heridas del cuerpo, en las tremendas diferencias de clase y sus implicaciones, en el clasismo del «mundo de la cultura», en el acceso al mercado laboral, en la endogamia universitaria y sus laberintos… en definitiva, en el averiado ascensor social.
Esta novela trata de manera certera el paso del siglo xx al xxi en España a través de la propia experiencia: «Me exploro, investigo, reinterpreto pedazos de vida. Juego y cuestiono. Busco causas. Busco alivio. Busco cómplices». Y sin duda los encuentra.
En Yeguas exhaustas Bibiana Collado Cabrera nos lleva a situaciones vividas y sentidas como individuales que en realidad son colectivas. Tan bien contadas, tan reales, que por momentos se nos olvida que estamos ante una novela.
Lo ideal aquí es que pusiéramos un audio, o un QR o algo similar, para mostrar más verazmente la tensión de la charla, que fue emocionante, pero bueno, intento reflejarlo yo. Le diré a Lorena que lo revise antes, por si la cago. El caso es que Lorena y yo estuvimos hablando mucho sobre feminismo, complejos, clase pobre que deja de ser pobre, sobre la vergüenza de ser pobre, sobre el orgullo perdido de ser pobres. Y dijimos también que aquel que es pobre y consigue dinero sigue siendo pobre, que los ricos, ese lugar al que llega, esa atmósfera, no va a dejar que se integre porque sabe que no es realmente rico sino que el dinero va y viene y qué se yo. Y junto a esta palabra rico llegan otras como intelectual, profesor universitario, poeta, literato, académico y no, estas palabras tampoco respetan la escalera invisible de la meritocracia (esa palabra que es un lodazal), porque cuando llegas, al principio con vergüenza, pero poco a poco te empiezas a sentir cómodo en ellas por estudios, pasión, vocación, te das cuenta de que no perteneces del todo. Que en tu sillón cómodo no es solo que haya un zapato o libro puesto en punta que se te clava en el culo, sino que el sillón no es tan cómodo porque alguien se está encargando de quitarle el algodón poco a poco porque considera que tiene un culo muy gordo y PUEDE SENTARSE EN TODOS LOS SOFÁS.
Bueno, en realidad esto no lo comentamos ayer así, pero fue parecido. Y hablamos de la mancha que Lorena dice que los pobres se empeñan en limpiar y limpiar pero que no consiguen hacer desaparecer. También de que el pobre puede ser pobre pero sucio NUNCA. Y ahí le comenté yo la típica frase de «En mi hambre mando yo» que le soltó el jornalero al patrón y seguimos por ahí, hablando de conciencia, orgullo, que no todo son las perras y los billeticos pero que qué complejo es todo.
Parte 2 (17/4/23)
Venía yo del pueblo, alegre y caluroso, escuchando la radio de camino a Madrid cuando desde las Ondas me llegó a los oídos un tema que en su momento se instaló en el Neolítico de mis recuerdos musicales:
«en tu cocina tan prisionera de tu alma y tus dias con una rutina de una loca»
Pues era un tema de Andy y Lucas, que es, digámoslo así, ese «rincón oscuro pero querido» que no quiero mirar por vergüenza. Y ahora, ya en el metro, escribo esta entrada en el Metro madrileño y recuerdo cómo lloraba yo con esas letras de Andy y Lucas y qué sensible y vivo me sentía. Sé que no es lo mismo, pero me ha venido este tema a la mente porque el otro día Bibiana trajo a la presentación el tema de la música de nuestra adolescencia o preadolescencia gracias a Estopa y, sobre todo, Camela y cómo en el libro Beatriz se convirtió en fan, como ella misma dice, «para que su madre la quisiera». ¿Y qué ha pasado entre aquellas sensaciones de adolescencia y nuestras sensaciones posteriores?, ¿Es parte de la construcción de la identidad renegar lo propio por buscar lo ajeno?, ¿Es obligatorio para todos?
Y es que hay un vínculo con aquellas obras de arte que nos hicieron vibrar en algún momento. Y, aunque ahora seamos otros, seguimos siendo también los mismos. Y esa vergüenza por el pasado, ¿qué sentido tiene?
Y cuando menciono Naturaleza no hablo de los procesos vegetales o minerales tratados por el ser humano y convertidos en paisaje, ampliados o reducidos para quedar a la altura de una mano, en la proyección de un ojo o en el esquinazo entre un sofá y un miércoles. No. Menciono Naturaleza y me refiero a la voluntad rabiosa que queda lejos, en la oscuridad donde los pasos vacilan y no encuentran suelo, en el hueco dejado por Dios, en el hueco dejado por el hombre.
Y cuando menciono miedo sutil hablo de giro de cuello que enfoca lo cómodo y aísla lo desconocido. De la pimienta en el pecho que paraliza un sí y abre la puerta al camino, la autopista y los ascensores. No hay herida, no hay enfermedad ni daño, tan solo hay olvido. Porque hemos creado un escenario y no vamos a salir de él. Porque la curiosidad será ampliar el escenario pero nunca bajarnos de él. Siempre serán unas manos el origen de nuestros pasos, porque somos el objetivo de todos los mapas, el receptor del bisturí de los ingenieros.
La ciudad es una superficie en movimiento y en transacción monetaria. La ciudad no permite la pausa salvo para el consumo, el gasto, la entrega al Dios dinero. Mi hoy, 28 de enero de 2023, pero también tu pasado, hemos conseguido parar y no consumir. En un esquinazo de Lavapiés, rodeados de estímulos y llamadas a la compra, pudimos quedarnos parados, al sol de enero, a un sol de sábado y esperanza, y la alegría ha llegado a un punto que hemos podido volver a casa felices y vitaminados.
La última vez que nos vimos fue en el Ateneo Anarquista Lucía Sánchez Saornil, en La Cabrera, y nos vimos porque me habías contado que estabas ahí, en el Camping, viviendo con tu pareja, feliz de la vida, y yo te invité a participar. Aquel día compartimos poemas, un par de birras, y una charla maja sobre la vida, la poesía y las bondades de la Sierra. No te lo dije, pero desde que en 2011 te conocí como autor de Canalla, siempre admiré tu franqueza y tu generosidad conmigo aunque yo fuera un don nadie, un chavalín que acababa de sacar libro, que apenas había vivido nada. Y te doy las gracias, David, por tu generosidad, por tu poesía pero sobre todo por tu ejemplo.
Os dejo con el poema La autopista, uno de los que más recuerdo cuando pienso en David y su eterna melena:
LA AUTOPISTA ya que tanto insistes en que me lo corte voy a explicarte y será la primera y última vez que lo haga por qué llevo el pelo largo
llevo el pelo largo porque el ejército estadounidense ofrecía una recompensa de dos dólares por cada cabellera de indio que se le entregara y los que la cobraron así como los soldados y mandos superiores del ejército estadounidense llevaban el pelo corto o muy corto
llevo el pelo largo porque el ejército franquista en el patio de la casa en la que nací le rapó la cabeza a una de las mujeres de mi familia cuyo hombre acababa de ser fusilado por negarse a defenestrar niños de pecho republicanos y los soldados que le raparon la cabeza así como el resto de las tropas y mandos superiores del ejército franquista incluido el puto francisco franco llevaban el pelo corto o muy corto
llevo el pelo largo porque en el campo de concentración de mauthausen a los deportados españoles como ramiro santisteban el superviviente octogenario que me lo contó a los deportados españoles una vez a la semana los sábados les hacían lo que entre ellos se conocía como La autopista esto es les rapaban el pelo al cero desde la frente hacia atrás
la autopista
y más adelante cuando hitler estaba perdiendo la guerra con ese pelo se forraban las botas de los soldados alemanes
con ese pelo
y todos esos soldados alemanes como también los que los sábados colaboraban en el mantenimiento de la autopista junto con sus respectivos mandos superiores el hijo de la gran puta del fuhrer a la cabeza y junto con el resto del pueblo alemán llevaban el pelo corto o muy corto
llevo el pelo largo por otra razón también:
muchas de las mujeres que conozco me aseguran que con él así de largo estoy mucho más guapo y aparento muchos menos años de los que en realidad tengo
así que en vez de estar dándome la gaita a todas horas con que a ver cuando voy a que me corten el pelo mejor te callabas la puta boca eh y te dejabas crecer el tuyo
Si este libro fuera una cuerda de guitarra, la autora la haría vibrar, fibra a fibra, nota a nota, hasta el instante previo a romperse. Astillar el presente hasta arrimarlo al futuro, que pueda imaginar su extinción. Si este libro fuera una presa y también un derrumbe, la autora nos mostraría, con pelos, grietas, gritos y señales, la fragilidad del hormigón, la fragilidad del status quo, la fragilidad de lo cotidiano que esconde un océano de caos. Porque la escritora de este libro es la nota incómoda que chirría al hombre sin moral, la espina que hace chillar al gigante, pero también un consuelo para aquellos que presentimos la injusticia y no supimos ponerle nombre.
Y es que Limpia, de Alia Trabucco, es un relato incómodo, salvaje y natural. Que no se conforma, que no se relaja y cuya inquietud traspasa a la persona que sostiene el libro en sus manos para que no pueda relajarse en ningún momento. He tenido la sensación de haber leído una historia muy real, muy verdadera, muy necesaria. Y es que, bajo la superficie de lo moderno, lo actual, la banalidad del mundo virtual de internet y su inevitable nada, sigue sucediendo la vida. Y esta vida no es muy diferente a la vida que sucedía hace unas décadas. Aunque nos sorprenda y choque con nuestra propia comprensión de nuestra época, la novela Limpia, de Alia Trabucco, aún inédita, es una muestra de que es así. De hecho, ahora, escribiendo estas palabras, me sorprendo al darme cuenta de que esta novela, escrita en la segunda década del 2000, por una mujer de 39 años, no contiene en ningún momento referencia alguna (que yo recuerde) al mundo tecnológico o virtual. Sorprendente.
Y esta situación es posible gracias a su componente dramático. La tensión narrativa está cargadísima, constantemente. Es un libro cargado de electricidad humana y, de hecho, en algunos pasajes de la novela el autor recibe descargas que lo sacuden completamente. Trabucco me ha parecido una novelista valiente, precisa, que narra con descaro y herramientas que domina completamente, los sentimientos de la protagonista, pero también de una familia que, pese a ser extremadamente normal, nos resulta grotesca e incluso monstruosa.
Me ha parecido una novela adictiva, que se lee rápido, con necesidad, con hambre, pero que no pierde en ningún momento su acidez y su crudeza, dejando al desnudo a una sociedad (que no es la chilena, que es la nuestra, la de cualquier país occidental) que se basa en la hipocresía y en el dinero y sobre estos pilares construye sus normalidades. Unas normalidades que, como podemos ver en esta historia, están lejos de ser limpias.
Angustia, tristeza, «sentimiento de condenado a muerte». Así es el día a día del escritor argelino/francés Albert Camus en esta novela de Berta Vias Mahou que publicó la editorial Acantilado. Pero el pesar de Camus no solo llega por la reflexión por el absurdo de la vida, por la presencia constante de la muerte o por el desengaño en el ámbito político, todas en un plano mental, ideológico o sentimental. La sensación de condenado a muerte le llegó a Camus por la sensación de no pertenecer a «ningún bando» gracias a su postura crítica, porque no se escondía ante unas siglas, una élite, una nacionalidad o una religión. Y, antes de nada, nunca se escondió de criticar la violencia. Una batalla constante por la dignidad a través de la crítica y la justicia. En palabras de la madre de Albert, Catalina, en la novela:
En cualquier caso, lo que me parece bien es que te atrevas a ser crítico. Hay que saber decir que no, aunque sin olvidarse nunca de la piedad.
Y es que la piedad es necesaria para abrigar la crítica, para hacerla humana, empatizar con ella. El punto de vista de Albert no es agresivo sino que busca tender lazos entre personas. Porque él mismo es un cruce de caminos (orígenes españoles, infancia en Argelia y madurez en Francia) y no entiende que el odio se expanda por ninguna bandera exceptuando la humana.
Este libro, publicado en 2012, demuestra el humanismo de Albert (Jacques en la novela, guiño a su obra El primer hombre) gracias al conocimiento que tiene Vias Mahou de su vida y de su obra, lo que le permite jugar con el lector, poniendo referencias (como la ya mencionada de Jacques, o el loro Calígula, con el mismo nombre de una de sus adaptaciones de teatro) y alejándose de lo que debería ser una narración lógica de estos últimos días para evocar un recuerdo de infancia o digresiones sobre Argelia y Francia o el elitismo de la intelectualidad parisina. Toda esta información sostiene y enriquece el texto, pinta de color a Camus, lo pone en relieve y en pie.
Podemos ver esta multiplicidad de referencias en los propios títulos de los capítulos:
Una memoria en sombras El bacilo de la peste Un vínculo misterioroso Los hijos de Caín Oscuras querellas Los guardianes del honor Eran y son más grandes que yo En nombre de la historia Un recuerdo impalpable El peligro del que nadie hablaba Una amenaza invisible Venían a buscarlo a él
Creo que este libro es el libro que ha escrito una gran admiradora de Albert Camus. Una persona que no acepta que esté muerto, que no acepta que muriera como murió, a manos de quien fuera o por azar. No, no lo acepta y este libro es una venganza, pero no ante ningún grupo, sino ante la propia muerte, ante todo el Camus que faltaba por vivir, ¡su persona!, más allá de sus obras.
Como otras grandes creadores/pensadores que murieron jóvenes, no podemos conformarnos con que la muerte se los haya llevado. Por eso escribimos sobre Lorca. Por eso escribimos sobre Lennon. Por eso escribimos sobre Camus. Por eso los mantenemos vivos y por eso le doy las gracias, profundamente, a Berta Vias Mahou, por traernos a Camus a la vida durante 200 páginas.
Me acaba de llegar a casa la reimpresión de la 2ª edición de El despertador de Sísifo, con prólogo de Alberto García Teresa. Un poemario que salió en 2018, en Lastura y que aún genera interés por aquí y por allá. Un libro sobre el trabajo, la explotación, Camus…
Hace un par de semanas comenté con un amigo lo importante que es tener una buena rutina semanal. Que el lunes sea piadoso, que el martes no te machaque demasiado: que Sísifo no solo arrastre la piedra sino que también pueda tumbarse a la bartola un rato. Sin culpa. Sin prisa. Que pueda usar la cabeza para pensar además de para decir sí. Que pueda usar los músculos para meter canastas, por ejemplo, además de para arrastrar el cuerpo por la jornada laboral, de la cama al escritorio, del escritorio a la cama.
Afortunadamente, el año pasado descubrí los cursos del Centro de poesía José Hierro. Hace tiempo que el impulso poético no sale tan potente como hace años y por eso pensé en inscribirme en algún curso de poesía para poder mantenerme en forma con las palabras, para recibir nuevos aires, escuchar voces de compañeros que estuvieran en búsqueda, compartir esa pasión, aprender con los demás, descubrir a nuevos poetas.
El curso se llamaba Pensar el poema, estaba dirigido por Azahara Alonso, y duró todo el curso académico, de octubre a junio. El curso consistía en unas lecciones de poesía y filosofía sobre diferentes conceptos que dan que pensar y dan que escribir (el trabajo, el tiempo, la muerte, etc.) . Porque precisamente en eso consistía el curso, recibir contenido teórico y práctico para que luego, después de darle vueltas y vueltas a la pecera de las ideas y de la escritura, pudiéramos pesar algún poema abisal para compartirlo en clase. Sorprendidos, temerosos e ilusionados por nuestro descubrimiento, porque en la mayoría de los casos (así lo veo yo), existe cierta inconsciencia en esta escritura poético/filosófica.
En este curso, además de unos compañeros talentosos y humildes, estaba la profesora, que supo cómo nutrirnos con las lecciones para que nos sintiéramos motivados para hacer poemas diferentes a los que solemos hacer, para poder salirnos de la escritura cómoda en la que los años de escritura nos han ido hundiendo. De hecho, en junio de 2022 terminé un poemario muy influido por los temas que tratamos en clase y que saldrá en algún momento a la luz (espero).
Este año 2022 he vuelto a apuntarme al curso porque, como decía al principio de este texto, es muy importante moldear la semana a nuestro antojo antes de que seamos moldeados por ella. Este año, mantener hábitos saludables para nuestro cerebro como escribir poesía o sumergirse en las teorías de Kant, Nietzsche o Bachelard, nos mantendrán en forma para que la suciedad de este mundo no nos lleve por delante. O al menos que tengamos una barricada de palabras para hacerla frente.
He estado leyendo –no mucho, la verdad, porque el hecho en sí es ínfimo comparado con el ruido que ha generado– la polémica que han generado las palabras de Sabina:
«Todas las revoluciones del siglo XX fracasaron y en el siglo XXI solo ha funcionado la del feminismo y lo LGTB... El fracaso del comunismo ha sido feroz, ya no soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»
Particularmente ese:
«ya no soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»
y es que, según mi punto de vista, hay desde hace tiempo una dicotomía dentro de la izquierda, que se basa en poner los fines por delante de los medios o los medios por delante de los fines. Así, básicamente. También podríamos irnos a la discusión entre Camus y Sartre sobre la condena a Bulgákov y la legitimidad moral de los gulags.
Y, en este sentido, para mi el dogma, el catecismo y el ideal comunista, anarquista, feminista o revolucionario hace tiempo que no los considero de izquierdas. Si tus reglas apuntan y exigen un disparo sobre parte de la población, –muchas veces literal– por no ajustarse a tu modelo teórico, ideal de sociedad, para mí no es considerado un modelo de izquierdas. Para mí, que me considero anarquista, el modelo ideal es el democrático. Un modelo justo, igualitario, fraternal, en el que la fuerza de los menos derrote a la fuerza de los muchos, pero a través de la razón, nunca de las bombas. Por eso siempre estaré en el lado de Camus, en el de Mayakovski o Lorca, pero también en el de Melchor Rodríguez.
Por eso, y volviendo a la polémica de Sabina para remedar lo dicho,
«ya no soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»
Mucho mejor:
«soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»
Porque sí, claro que es triste que se rompan las revoluciones, los anhelos de justicia contra el fascismo, el racismo y la injusticia, pero no podemos subirnos al trampantojo de la violencia para combatirlo. Porque no habremos conseguido nada, porque en el momento de acabar con otra vida para estar más cerca del objetivo no seremos libertadores sino tiranos, no seremos humanistas sino asesinos y ya nunca tendremos espíritu crítico sino una meta, un objetivo y un poder que conseguir... y defender.
Es una excusa, básicamente. Poco más. Que sea el 24 de octubre o el 3 de junio, da un poco lo mismo. O no. No da lo mismo, porque fue un 24 de octubre, pero de 1992, cuando se destruyó la Biblioteca de Sarajevo, durante la guerra de los Balcanes. El que ataca la memoria, la humanidad que se recoge en una biblioteca, ataca a toda la humanidad. Sin importar el contenido de esos libros.
Intenté ser parte de esa comunidad de bibliotecarios heroicos que luchan por la lentitud y el sosiego en un mundo fugaz y pobre, en el que la información pasa silbando como balas de olvido. Sin embargo, y pese a que estoy en varias listas a la espera de ser llamado, no he podido ser bibliotecario.
Y es que las oposiciones son un proceso muy esclavo, muy castigador, y preferí la seguridad de un puesto de trabajo en la universidad (donde ahora trabajo) al sueño de custodiar y acompañar a libros y lectores.
Seguiré, eso sí, con la ilusión de que en un futuro próximo pueda volver a estudiar e incorporarme a una biblioteca. Mientras tanto, celebro a las bibliotecas, a los bibliotecarios y a todos aquellos que aún hoy, en este mundo de ansiedad y ruido, seguimos pensando en las bibliotecas como lugares sagrados.
Nacido en el año 86, me he comido, como vosotros, unas cuantas distopías, tanto en papel como en imágenes, sobre la lucha de la humanidad frente al poder. Ya sabéis, Matrix, Un mundo feliz, 1984…, relatos en los que un humano, EL HUMANO, a modo de iluminado de La Caverna de Platón, sale de la cueva, de la opresión, para descubrir la verdad y dar la turra a todos los que siguen ahí metidos viendo Telecinco en su pantalla plana o haciendo scroll hasta el inframundo en su Instagram.
Además, a esta lucha por la verdad y contra el poder, se ha unido en las últimas décadas la tecnología, los robots, en definitiva, la técnica al servicio del mal. Y esta capacidad que tenemos los humanos de producir máquinas –que es consustancial al ser humano ya que somos una especie «que crea cosas» y a través de esa creación evolucionamos y pudimos crear civilizaciones–, tiene el lado oscuro del no poder controlar ni entender en última instancia nuestra creación. Como doctores Frankestein perseguidos por su avidez de conocimiento. Y ese miedo, esa pulsión hacia lo desconocido, también guio a los mecanoclastas y luditas del siglo XIX, con su Capitán Swing a la cabeza, a romper los telares que les quitaban el pan de la boca. Lo decía bien clarito Samuel Butler en Destruyamos las máquinas:
«Llegará el día en el que las máquinas tomarán el mando efectivo sobre el mundo y sus habitantes. Mi opinión es que debemos proclamarle de inmediato la guerra a muerte. Toda máquina de cualquier tipo debe ser destruida por aquellos que deseen el bienestar de su especie».
en los azulejos de la tarde, en la lentitud de las mañanas, en su café sin sabor, sus magdalenas sin sabor, su pezuña sin testigos.
Vivir contigo y orbitar tu boca, como satélite o cometa, vivir contigo en el collage de la luz, en su mosaico, en nuestra lentitud sincera de mangos y zanahorias.
Vivir contigo y vivir conmigo, linde y trocha, recoveco en la ciudad de los gritos.
Podría decir que ayer, día 29 de septiembre de 2022, fue uno de los días más felices de mi vida. De esta manera mi crónica sería más redonda, brillante y poderosa. Pero faltaría un leve detalle, y es que sería falso: ayer no fue uno de los días más felices de mi vida. No.
Ayer estuve en Casa América en la presentación de la reedición de Anteparaíso, el poemario que Zurita escribió, sufrió y publicaron hace 80 años y que ha sido recogido y reeditado por Lumen. El caso es que ahí fui, solo, como me suele pasar en estos actos, aunque me encontré en el público con el poeta y profesor Gonzalo Escarpa y acompañaba a Zurita en la presentación mi amiga y poeta Sonia Betancort.
Zurita, con sus poemas poderosos:
Queridos poderosos, queridos humildes
Cuando todo se acabe quedarán tal vez estas algas sobrevivirán a las marejadas, a los siglos y a los sueños Como perdurarán a los poderosos, a los tercos de corazón y a los hombres que nos humillan estos poemas de amor a todas las cosas
La vida nueva, 1994
o por ejemplo:
In memoriam: ahogados La pizarra acaba de ser borrada en el ático y el viento desvela la luz de las estrellas. Alguien lo encontrará, alguien lo sabrá.
Y si en algún lugar de este planeta enorme se descubre la verdad, una franja de ella, secada, glaseada por el sol, quedará colgando de tu propia infamia.
Y nadie se verá beneficiado por ello.
-El poeta John Ashbery te habla suspendido sobre las cumbres de los Andes
Cree en tu dolor.
W.H.A.
Entonces se vieron los ahogados flotar sobre Chile
Arriba de las cumbres de los Andes suspendidos dejando caer sus brazos sobre el horizonte
Apozándose igual que gigantescas lagunas en el cielo de las llorosas montañas ondeantes girando con las grandes nevadas hacia el oeste
Hacia el cielo del Pacífico que se abría blanqueándose mientras la cordillera y el océano iban ascendiendo y éramos nosotros el sueño que se apozaba sobre los nevados Es que los vimos ahogarse de llanto nos gritan en los sueños los ahogados apozándose encima de las montañas como exiliadas islas mirándonos
es un tótem, un zahorí que encuentra metáforas y maneras de encajar palabras, pero si tengo que mencionar solo una cosa de Zurita (¿y por qué solo una cosa, quién da esa orden?) menciono su entrega, su paso adelante después de la frustración, su lucha, su «poner el pecho», que se dice por allá. Contra la dictadura, contra la muerte, contra el odio, poniendo su cuerpo, su presente y su belleza en juego para exponer la miseria del mal, como se puede ver en la nota al final de Anteparaíso:
Pues eso, que lo admiro, que ayer no fue el mejor día de mi vida porque conocí a, seguramente, uno de los poetas en lengua española más reconocidos (por premios y por popularidad) en la actualidad. El caso es que sí, a ver, había leído a Zurita y me habían emocionado algunos de sus poemas y verlo en persona me hizo ilusión. Entiendo el significado subversivo, la potencia y la humanidad que hay en sus actos performativos/poéticos, su lucha por la justicia y él como ser humano es embriagador, pero me niego a ser su fan, me siento compañero. Su humilde compañero, que ha encontrado muchos menos caminos que él, pero me reconozco en la misma búsqueda. Porque toca, busca, lo que yo quiero tocar y buscar. No se echa para atrás cuando yo sí que me he echado para atrás. Me fijo en él, en cómo pone el foco en un pedazo del mundo, real o fantástico, y lo expone hasta que queda pulido, a través de sus palabras o a través de su persona y así habla del todo, del amor, de la muerte o los asesinados. Que la vida te sonría, que no sufras más, querido Raúl, que las páginas y las lecturas te reconforten, te sanen y sean fértiles para futuros poemas. Que la sangre de la poesía chilena no solo hierva sino que cure, que sane.
Tuve la suerte de darle la mano, y darle las gracias, y escucharle hablar con Sonia Betancort y Javier Rodríguez Marcos de la creación, de lo sagrado, de la naturaleza. De cómo se atrapa o se dilucida una gota en una nube de misterio. Crearon un amoroso y sincero diálogo entre poetas entre unas rígidas medidas protocolarias que nos hicieron empezar el acto a las 19:00 (oh, ¿esto es poesía o qué es?) y nos hicieron terminar el acto sin que el público pudiera preguntarle nada a Zurita ni que este pudiera responder nada. Mal, porque todos lo estábamos deseando. Porque ayer hubo comunión entre poetas, comunión entre chilenos y comunión entre humanos. Gracias a Javier y a Sonia por la ternura y la cercanía con Raúl. A veces pasan estas cosas cuando se juntan poetas y poesía, otras hay rencores y envidias o cosas peores, pero ayer se pudieron ver otro mundo posible, un mundo de alamedas por donde pase el hombre librepara construir una sociedad mejor.
Nos informan de que en las últimas semanas se ha producido un extraño suceso en carretera de Colmenar Viejo dirección Madrid. Antonio Párpados está con Rodrigo Martín, responsable de la gasolinera ubicada en el kilómetro 23.
–Buenos días Rodrigo, ¿en qué consiste el susodicho suceso?, ¿usted lo ha presenciado? –Buenos días, sí, cada mañana. Pues debe ser que ahora con el calor y el trabajo, no sé, la gente anda más enfurecía y claro, con las ventanas bajadas y eso, pues se nota más, se siente. –Disculpe Rodrigo, pero no sé a qué se refiere. –Pues a ver. Que la gente está mu quemá y un poco más adelante ya se empieza a formar el atasco y a esta altura se empieza a escuchar: ¡¡¡Me cago en todoooooooooooooooooooo!!!, por ejemplo, o un ¡¡¡estoy hasta las nariiiiiiiiceeeeeeeees!!! –¡Oh! –Sí, sí, o se ponen a aullar como los lobos ¡¡¡aaaaaaauuuuuuuuuuuuuuuu!!!, sí, sí, que yo lo he visto y oído. Se agarran fuerte al volante y lo sueltan todo. –Entonces, ¿usted cree que es gente hastiada de la monotonía diaria, almas libres que desean desconectarse de la rueda del trabajo que gira y gira? –No, yo creo que es gente que está hasta los cojones de trabajar en verano.