20:40 en la Plaza de Tirso de Molina. Frontera de Lavapiés y
Madrid y ayer un día como otro cualquiera y de repente Sílvia Pérez Cruz estallando
como sonríen las granadas, las que
huelen a sol y pólvora.
Sílvia y su vestido rojo surgida de las tripas del teatro
Nuevo Apolo, como quien surge submarina de un remolino o un choque de
tormentas. Acompañada por Raül Fernández Miró, a la guitarra, ahí, en el centro
del escenario frente a cientos de ojos dispuestos a escuchar.
Lunes por la tarde sin las telarañas de la semana que se despereza. Aquí no se hacen hogueras, dice el cartel a la entrada del teatro, pero Sílvia es baile alrededor del fuego, jugando con las sombras y el calor de su voz como inflan los niños sus globos. Riendo y todo fuera.
Granada es su disco, su plaza de pueblo donde se encuentran sus canciones a tomar el fresco con nosotros. Canciones escogidas y adoptadas por Sílvia y Raül como quien acoge huérfanos en medio de la lluvia. Y no porque estas canciones, todas ya maduras con paraguas y arteria propia necesitaran que Silvia las acogiera. No es eso. Lo de Silvia es otra cosa.
Como los buenos amigos que te llevan a su casa y te invitan a tomar algo y te dan ganas de quedarte a vivir siempre ahí, en su voz y en su sonrisa, en sus canciones, como si afuera, en la calle, solo te esperara el frío.
García Lorca mirando por un agujero. La sangre de Miguel
Hernández tiembla en las cunetas sin rescate. Enrique Morente resucita un segundo
tan solo para llenarse el oído y Edith Piaf y Schumann de pie como si el tiempo
no doliera ni olvidara.
Canciones de todo tipo. Canciones acunadas y canciones
acantilado en medio de las butacas. Una isla atravesada en el escenario lanzada al
océano de los espectadores. La oscuridad jugando con la voz de Sílvia Pérez
Cruz. Un charco en lo negro del teatro para cada nota de las guitarras de Raül,
para cada uno de sus brazos con cuerdas.
Y lo mejor es el contraste. Contraste por la grieta entre
normalidad y caballo suelto, entre ir a comprar la fruta y un segundo después estalla
una granada en el pecho y te deja
perdido de humanidad. Así, a lo bestia. Como quien se acuerda de la vida en
medio de la cola del pan o en el oficina. A un centímetro de su ojo y sin
embargo.
Que se nos viene encima. Que suena la grieta del muro
cotidiano.
¡Señoras y señores, tengan cuidado, que aquí no se canta
dentro del horario ni se guarda fuego para mañana! Que aquí ni lunes ni octubre
ni parada de trenes.
Aquí hay inundaciones y lo cotidiano dado la vuelta. Aquí se
bucea a pulmón y a chorro dentro de la casa, y Sílvia Pérez Cruz convertida en oleaje,
golpeando nuestros oídos sin guardarse nada, descalza y con ganas de piel roja,
como la más india atándose el pelo en el mejor y más alto precipicio del mundo.
Celebremos que aún hay conciertos. Que aún huele el aire a palomitas y a instante a punto de caída kamikaze. Celebremos las tormentas, quedarse empapado y volver a la calle como si nos hubieran secuestrado y cuidado a partes iguales. Celebremos a Sílvia y su granada explosión voz y fuerza.