Aceptamos el color gastado de los
periódicos y del trabajo como algo cercano, próximo, familiar. Lo aceptamos
porque tenemos las mismas arrugas en la cara que nuestros padres, digo yo, y
ellos cogieron por costumbre madrugar cada día, traer el pan a casa y todo lo
demás. Esto era la normal, lo lógico, lo que había que hacer. Cada uno en su
carril, mejor o peor; matemáticas, literatura, ingeniería, turismo o
albañilería pero todos en el mismo estadio, ante el mismo público, y corriendo
en la misma estrecha franja el mayor número de metros posible.
Quisimos ser lo contrario, diferentes.
Leíamos y veíamos películas en las que esto era posible. La vida del
oficinista, la rutina, la costumbre, siempre saltaban por los aires. Lo
anormal, para nosotros, se convertía en lo lógico, lo natural a fuerza de ver
la tele o leer libros o jugar a la consola. Pero a nuestro alrededor seguía todo
en orden. Nadie se salvaba del despertador. Nadie conseguía esquivar el horario
por muy doctor, o arquitecto o presidente del gobierno que fuera. Y así nos
hicimos viejos de una vez y cambiamos instituto por universidad y universidad
por trabajo. El mismo esqueleto de la sociedad sobre nosotros, adaptándose a
las crecidas de nuestro cuerpo, sin abandonarnos nunca.
Y lo gracioso es esto, la crisis, que te dice que, además, tienes que dar las gracias por tener un horario y un sueldo. Un pasaporte, por muy limitado que sea, para poder habitar este mundo de dinero.
Pero, al menos, hay un espacio
donde no nos alcanzan. No hay horarios en la literatura. A pesar de todo aún
hay bibliotecas. No hace falta comprar libros caros, tan solo leerlos, y eso se
puede hacer en cualquier biblioteca o en internet. En el tren, antes de dormir,
en casa, en la calle o casi en cualquier ámbito. Lo que nos salva de la
industrialización y mecanización completa. Lo irreductible a pesar de la derrota
generalizada que nos rodea. Seguir pringando cada día, aguantando el día
repetido y repetido y repetido merece la pena por la literatura. Seguir
levantándote cada mañana para leer el próximo libro, el lugar donde podemos
vencer.
Refrigerator-Library, Shih Yung Chun